¿Quiénes somos?
Nuestra forma de vida
Somos una de las muchas familias religiosas que participa de la misión de la Iglesia, según el carisma de Caridad que Dios concediera a la joven fundadora, Bartolomea Capitanio. Nuestra vocación nos lleva a ser presencias cercanas a toda persona, en toda etapa de la vida y en cualquier situación se encuentren (niños, adultos, ancianos, pobres, enfermos, marginados, los que, particularmente a los jóvenes).
Queremos compartir nuestras fuerzas y esperanzas, y trabajar con otras personas para promover la dignidad humana y dar testimonio cristiano, a través del servicio de caridad y el anuncio de la Palabra.
Con el deseo de "hacer todo lo posible" por el bien de los demás, expresamos nuestra total entrega a Jesús, a quien seguimos en su forma de vida casta, pobre y obediente, totalmente entregada por la salvación de la humanidad. Una Regla de vida, inspirada en el Evangelio, la carta de fundación que dejara Bartolomea Capitanio y la eclesiología guían nuestro camino.
Vivimos nuestra consagración en comunidad creando un ambiente de acogida fraterna, "dispuestas a dar y felices de recibir" y como comunidad desarrollamos los servicios apostólicos que se nos encomiendan.
Las comunidades religiosas están dispersas por el mundo, pero nos une el mismo carisma de caridad, la misma historia y una superiora general anima y promueve la comunión entre nosotras.
Nuestra identidad
Nuestra identidad y orígenes se reflejan en el nombre oficial que llevamos: "Hermanas de Caridad de las Santas Bartolomea Capitanio y Vicenta Gerosa". Sin embargo, comúnmente nos llaman "Hermanas de la Virgen Niña", porque en el santuario de la Casa General (Milán – Italia), se conserva una antigua imagen que proviene del convento franciscano de Todi y que nos fue donada en 1842. Los milaneses, que fueron testigos de los primeros milagros de la Madre de Dios en el misterio de su nacimiento, comenzaron a llamarnos "Hermanas de la Virgen Niña".

¿CÓMO ASUMIERON LAS HERMANAS ESTA MISIÓN EN LAS DISTINTAS REALIDADES DE LA PROVINCIA ARGENTINA?
Sin duda que no es lo mismo un hospital en Buenos Aires que un servicio sanitario en Barrio San Damián de Morris o en Junín o un puesto sanitario en San Marcos, Perú o …
Ni qué hablar del servicio educativo, donde a las necesidades de las gentes del lugar, se suman las leyes propias de provincias y países: no hay que olvidar que de Buenos Aires salieron hermanas (argentinas e italianas) para Uruguay, Brasil, España, California, Perú… Planes educativos diversos, usos y costumbres y hasta idiomas distintos…
No menos dificultades ofrecen las obras socio pastorales, porque no es lo mismo haber llegado a Buenos Aires en 1909, a Santa Teresita o a Chimbote en la década del 70… que a Paraná en el ’97 o a Buenos Aires (Effatà) en el 2002…
Aquí se pone de manifiesto la universalidad del carisma de caridad y la gracia que el Espíritu confiere a quienes otorga dicho carisma, y entonces, las barreras y dificultades que sí existen, no son infranqueables. La capacidad de apertura, de escucha, de inserción hacen el resto.
La Regla de Vida en la Constitución nº 9 ayuda a comprender un poco esto cuando dice: “Nuestra plena disponibilidad a la misión, a imitación de Jesús, se hace posible y estable por la consagración religiosa”. Porque “con el acto de la Profesión, cada hermana se entrega al Instituto; se convierte en miembro del mismo, participa de su carisma, asume sus compromisos (…) y agradecida por el don recibido se dispone a vivirlo cada día en la misión apostólica…”
La vida es dinámica, y así lo registra la historia, esto se muestra en movimientos pendulares de expansión y repliegue, que obligan a estar atentos para que ese dinamismo histórico sea a favor de la vida. La historia de la provincia refleja esta realidad. A un crecimiento casi ininterrumpido durante cincuenta años, donde vocaciones, obras, expansiones iban en aumento, sucedió una pequeña meseta de estabilidad en torno a los años 60, para comenzar un lento declive, con altibajos, que se mantiene hasta hoy… Por momentos crisis interna de vocaciones, luego un resurgir de las mismas, conformando un nutrido grupo de novicias y aspirantes en la década del 80… Nuevamente se suceden épocas de pocas vocaciones, con tímidos resurgimientos… El natural envejecimiento de las personas aumenta el número de hermanas ancianas marcando una disminución en las fuerzas activas, realmente necesarias para mantener las obras.
El siglo XX en su segunda mitad da un vuelco muy fuerte hacia la post modernidad, y se sacude el polvo de distintos oscurantismos con violencia inusitada; la revolución socio cultural se instala, sobre todo en el mundo occidental, y desinstala muchas estructuras. Los Beatles, el mayo francés del 68, el comunismo que se occidentaliza y se distancia de Moscú, el surgir de nuevas líneas de izquierda enfrentadas al capitalismo, la revolución sexual, las distintas guerrillas y subversiones, las dictaduras militares sudamericanas… y en el centro una pujante revolución técnico industrial que convierte el mundo en una aldea global, donde los medios de comunicación dan un salto gigantesco adelantando –en algunas circunstancias- el siglo XXI: hay celulares e Internet para casi todos aunque un 17% de la población de países en vías de desarrollo no tiene qué comer, o se está acabando el agua potable de que dispone el planeta.
La Iglesia no es ajena a esta situación, ni lo es la Vida Religiosa… Luego del Concilio Vaticano II, de Medellín, Puebla, Santo Domingo y ahora Aparecida, se impone una revisión de vida y servicios para ‘adecuarlos a los tiempos’ y discernir las ‘necesidades grandes y extremas’ del momento, y la forma en que la vida religiosa continuará siendo signo y presencia que pueda contribuir a la edificación del Cuerpo de Cristo.
También el Instituto y la Provincia se hacen estos planteos, y con conciencia de sus fortalezas y debilidades procuran responder a las necesidades del hombre de hoy. Con la seriedad que estas respuestas necesitan, con la confianza en la gracia pero con la conciencia de los propios límites.
Históricamente el cristianismo surgió en Asia Menor y tuvo su primera expansión en el norte de África. Hoy ninguna de esas dos realidades geográficas es mayoritariamente cristiana. Sin embargo la misión de la Iglesia se propagó igual… Esto nos retrotrae a la Historia de Salvación donde a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento se nos habla del ‘resto de Israel’, que va pasando por distintas etapas y va teniendo diversas connotaciones hasta llegar a identificarse con los ‘pobres de Yavé’ o ‘resto escatológico’.
Cuando el Instituto o la Provincia salen al encuentro de las necesidades que se les plantean en una nueva realidad, confiando en la Providencia, hecho el discernimiento, optan por responder de la mejor manera posible. No siempre se dan las condiciones para que esta acción apostólica prospere. Hay factores humanos en todos los actores que pueden facilitar o dificultar las cosas… Sin embargo el bien que se haya podido hacer, aunque haya sido breve, alcanza para justificar el intento de respuesta. La seriedad y responsabilidad de saber retirarse a tiempo, también.
Mucho se ha escrito sobre el éxito en las distintas misiones confiadas a las Hijas del Redentor. En el corazón de Dios –y en el de las hermanas- ha quedado lo vivido ‘en la dimensión de cruz que la realidad comporta’, y que sin duda fue el camino de santificación para más de una. La generosidad del empuje misionero no impide las lágrimas de un corazón que siente la ausencia, como gráficamente lo expresara en una poesía la Hna. Ana María Ruiz Posse (Rosario Elina), cuando partía para California:
“Cuando el reloj de la Divina Providencia
marque la hora por ella señalada
y te vea como un punto lejano
oh, suelo de mi patria!
Cuando luego tendiendo la mirada
ni un rastro tuyo perciba en la distancia
mi ser se deshará en copioso llanto
en un llanto sin lágrimas
y esconderá su pena y tu recuerdo
muy adentro del alma.”
Sólo Dios sabe cuánto hubo de recelo y aún de rechazo antes de que fueran aceptadas las hermanas, su obra, su mensaje… Algo reflejan los anales históricos, cuando en el libro: “L’Istituto delle Suore di Carità”, en la pág. 972 podemos leer referido a la primera obra en la Argentina, el Hogar de Niños ‘Humberto 1º’ de Villa Devoto: “Las Hermanas agobiadas por el trabajo e incomprendidas, fueron aconsejadas de retirarse.”
Otras veces serán la envidia, la calumnia y maledicencia que pondrán su nota oscura como sucedió en 1920 en el hospital de Lincoln, donde: “Las maniobras secretas de un enfermero que no podía verse sustituido por otros, desataron una borrasca que amenazó hacer peligrar la permanencia de las hermanas desde el comienzo”.
O el dolor por las compañeras que, por crisis personales o institucionales, luego de haber compartido parte, a veces una buena parte, del camino vocacional, en la inquietud propia de toda búsqueda incesante, emprendieron otro camino.
Pero, sin negar el dolor de los desprendimientos, de las partidas, de las búsquedas, de la incomprensión, de lo no comprendido y entregado al Señor en la fe y el amor sólo a Él debido, el Señor sale al encuentro de sus hijas en la acogida que generalmente recibieron las hermanas, como lo relata esta crónica de la llegada de las hermanas a Perú, para la fundación de Pomabamba en 1969: “A medida que nos acercábamos una extraña emoción nos embargaba. Era demasiado grande la tarea que el Señor nos encomendaba, en un lugar desconocido, con gente de modalidades muy diversas de las nuestras, como para no sentir un temor natural ante lo desconocido y la nueva responsabilidad.(…)
Indescriptible la muchedumbre que nos aguardaba. Las campanas de la Iglesia echadas a vuelo expresaron el regocijo de la población. Inmediatamente la banda inició una marcha brillante, mientras al descender del carro las señoras y jovencitas nos hacían entrega de ramos de flores y ramilletes primorosamente preparados. Las campesinas nos besaban las manos y expresaban con lágrimas su contento por tener Religiosas por primera vez en Pomabamba.
Abriéndonos paso entre la multitud y bajo una fina lluvia, entramos al Templo adornado con sus mejores galas. Monseñor Dante nos ubicó en el Presbiterio, embargado por la emoción del momento se dirigió a los feligreses destacando la bondad del Señor al enviar en medio de ellos a dos “madrecitas”, por primera vez, como si fuese un anticipo de las gracias navideñas”.
Estas son parte de las luces y sombras que tejen toda historia humana, y por donde pasa la historia de salvación. Lo importante es tener los ojos atentos y el corazón alerta, para que los ‘llamados de la historia’ –en las necesidades de los hombres de todos los tiempos – no pasen desapercibidos.
Son apenas las señales de lo que -del carisma de caridad- ha sido expresado en estas tierras por las hijas del Redentor en 100 años de presencia en América. Las hermanas italianas desde la primera hora, con su fidelidad a los orígenes, supieron transmitirlo con la fuerza con que había surgido en Lóvere… Pronto lo encarnaron las hijas de este suelo, y las acompañaron en su expansión. Ésta fue muy importante en extensión e intensidad, procurando hacer realidad el sueño de la Fundadora “de hacer todo lo posible, de sufrirlo todo y de dar aún la sangre por el bien de los prójimos”.
Fue necesaria la confianza en la Providencia en todo momento, el coraje misionero y el corazón abierto a toda necesidad de Madre Lorenzina, y de muchas hermanas, que desde su lugar supieron responder en la caridad a los reclamos urgentes de las personas del lugar… El sucederse de obras es grande e incesante, como lo demuestra la cronología… El campo apostólico parece inagotable…
La Provincia tuvo momentos de muchas vocaciones, en que era fácil y posible responder, desde el corazón del carisma, a las solicitudes para ir donde la obediencia y la caridad llamaban. Y así hogares, escuelas, hospitales, obras socio pastorales, seminarios, casas de ejercicios, comunidades de acogida, parroquias, misiones rurales y varios etc. vieron y ven pasar a las Hijas del Redentor, llevando el carisma de caridad a dónde haya una persona necesitada.
La misión de las Hermanas de la Virgen Niña, Hijas del Redentor, en América Latina, estuvo caracterizada por un gran valor y coraje: se cruza el océano sin saber a ciencia cierta a dónde se iba, dejando atrás también un futuro incierto en cuanto a persecución religiosa se refiere; se van alejando lentamente de la Capital –en los primeros veinte años sólo dentro de la provincia de Buenos Aires- también a destinos inciertos, pero contando siempre con el amparo maternal de Madre Lorenzina, que trató de conocer primero la realidad a dónde irían sus hijas. La nota predominante fue la confianza en la obediencia. Con cierta inconciencia propia de la época, se asumieron funciones para las que no siempre se estaba profesionalmente preparadas. Después del Concilio Vaticano II, pero especialmente después del Capítulo General Especial, se dio un vuelco muy importante, en el sentido de asumir con mucha seriedad y responsabilidad profesional los trabajos apostólicos; no basta tener voluntad de hacer las cosas, hay que estar preparadas para saber hacerlas bien. Otra nota posterior incluso al Capítulo General Especial fueron los proyectos comunitarios, y el tomar conciencia de todo el valor subsidiario de la comunidad frente a la obra que tiene encomendada. Fue un trabajo lento, que fue limando individualismos e integrando a los miembros de la comunidad, de por sí muy trabajadores, en actores de una acción conjunta, que une esfuerzos para dar plenitud a la misión comunitaria, dado que “cada comunidad está constituida en función de los servicios apostólicos propios del Instituto”. Estas características, en mayor o menor grado, se han manifestado en las obras, y en los lugares a dónde han llegado o por dónde circunstancialmente han pasado las hermanas.
Por la índole de este trabajo, sólo se menciona la acción de las hermanas de modo de expresar que para nosotras, ayer y hoy, misión es ir allá donde la caridad nos llama y la obediencia nos envía, con el coraje y la intuición de Bartolomea y con la humildad y la confianza de Vicenta, sostenidas por un fuerte amor al Señor, en quien ponemos toda nuestra esperanza, para poder servirlo en los hermanos, con el amor con que El los ama.
Hna. Marta Tejería Barceló