Nuestra misión
“NUESTRA MISIÓN” EN LA ARGENTINA
MISIÓN: Etimológicamente: del latín missio, onis = acción de enviar.
Teológicamente, toda la Sagrada Escritura atestigua que, por regla general, Dios dirige su mensaje a los hombres por medio de otros hombres. En el Antiguo Testamento, este oficio de mensajeros incumbe a veces a los ángeles, otras a los profetas, a quienes Yahveh da su misión. El Nuevo Testamento presentará en Cristo al enviado de Dios por excelencia, y El mismo en forma precisa, en los sinópticos, expresa su misión: ha sido enviado para anunciar la buena nueva del reino de Dios. Pero el principio de la misión no termina en Cristo aunque toda misión se considere sólo en la perspectiva de la misión única y señera de Cristo. “Como el Padre me ha enviado a mi, así yo los envío a ustedes”. Con lo que Cristo traspasa su misión y la hace extensiva a todos los hombres, de donde surge que los enviados por Cristo envían a otros, a quienes les transmiten su misión.
“Nuestro Instituto totalmente cimentado en la caridad, colabora en el designio y en la obra de salvación del Padre y del Hijo, participando en la misión de la Iglesia, según el carisma que el Espíritu suscitó en el corazón de la fundadora Bartolomea Capitanio.”
A principios del siglo XX, y amenazando la persecución en Italia -Francia acababa de sufrirla o estaba todavía en ello– se ofrece la posibilidad, a las Hijas de Bartolomea y Vicenta, de comenzar una tarea misionera en tierra sudamericana, en Argentina. Esta invitación respondía a la finalidad de la fundadora, pero… exigía el traslado a América del Sur. Con la anuencia del Santo Padre, que “aprueba y bendice” llegan las primeras misioneras en abril de 1909.
La intuición de Bartolomea es para “una obra grande” para una “necesidad grande y extrema” (CF 14). Grande porque será “toda fundada sobre la caridad” la que, por su naturaleza, no puede encerrarse en espacios y tiempos, sino que tiende a alcanzar a todos ‘sin excepción’ y corre al encuentro de toda pobreza. Esa intuición era necesario seguirla donde se abriera una puerta. Ahora es Buenos Aires, Argentina, en la lejana América del Sur.
La obra para la que llegaron las hermanas a Buenos Aires en 1909, el Hogar de Niños de Villa Devoto, especialmente para hijos de inmigrantes italianos, se cerró 13 años después, en 1922. “Las Hermanas agobiadas por el trabajo e incomprendidas, fueron aconsejadas de retirarse”. Pero ya el Señor había mostrado otros caminos: en 1912 se funda el Colegio de Villa del Parque; en 1914 tiene lugar la erección canónica del noviciado en Villa del Parque; en 1915 se funda un Hospitalito en General Lavalle, en la costa Atlántica; en 1919 Madre Lorenzina Bernasconi es nombrada Provincial, porque se erige canónicamente la Provincia Argentina; en 1920 una comunidad se hace cargo del Hospital de Lincoln…
En los primeros veinte años de presencia de las hermanas en territorio argentino, la expansión se da en la provincia de Buenos Aires.
Luego, el llamado a las hijas de Bartolomea y Vicenta para atender tantas necesidades apostólicas se hace acuciante, insistente, urgente. La respuesta surge segura, confiada en el Dueño de la Mies y en el espíritu con que el carisma marcó el corazón misionero de sus hijas. Las fundaciones se suceden con el afán expansionista-misionero de Madre Lorenzina que en las necesidades que le fueron presentadas supo ver un ‘lugar’ para que las Hijas del Redentor pudieran expresar el carisma de caridad… Son años de riqueza de vocaciones y de empuje misionero… En la primera mitad del siglo XX, la Provincia Argentina se ha irradiado desde Buenos Aires hacia los cuatro puntos cardinales, cruzó fronteras, Uruguay, Brasil, y se atreve a saltar el océano y en la mitad del siglo se afinca en España, en territorio vasco… promediando los años cincuenta llega a los Estados Unidos de Norte América y a comienzos de los setenta al Perú, esto pasando por una experiencia misionera en Chile que no cristaliza en fundación.
PARA QUÉ FUERON LLAMADAS LAS HERMANAS
Para la atención de niños huérfanos, academias de labores, escuela elemental; atención de los enfermos, administración de hospital, dar educación cristiana a los niños… Escuelas, hospitales, hogares… Ya desde los comienzos las hermanas sienten la necesidad de salir a ‘proclamar el Reino’, de formar en la fe, de enseñar la doctrina cristiana, no sólo en la obra en que están trabajando, sino también más allá de ella… En eso ocupan sus días de descanso y las vacaciones. Forman chicas y jóvenes que las acompañan y se convierten también ellas en misioneras… Esta irradiación misionera desde la propia obra es una característica que marcó las comunidades desde el comienzo.
Otra característica es la presencia y compañía de los laicos junto a las hermanas. Muchas de las obras surgen por solicitud de los mismos laicos o comisiones de laicos. Algunos por intermedio de sacerdotes u obispos y otros dirigiéndose directamente a las superioras mayores; luego de obtenido sus beneficios con la presencia de las religiosas, continuaban una frecuente comunicación epistolar con la Madre Provincial y General, y se hacían cargo muchas veces, de acompañar y sostener a las hermanas en su misión de caridad… Hay muchos gestos de admirable caridad en este sentido, sobre todo en los primeros tiempos del Instituto en América. Generalmente las hermanas tuvieron cerca personas en las que pudieron confiar y compartir la misión. Fueron frecuentes las donaciones de terrenos, dinero, y hasta la construcción de obras enteras, puestas luego a disposición de las hermanas. También es cierto que algunas veces estas ‘generosidades’ pretendieron condicionar la acción de las hermanas. En los colegios fue y es muy valiosa la colaboración de los padres de alumnos y de los mismos alumnos y ex alumnos. Cuando los colegios se abren a compartir la tarea docente y administrativa con los laicos, se forman las comunidades educativas y, generalmente, los laicos trabajan a la par de las hermanas… Muchas comunidades maduraron en este sentido y cuando han tenido que retirarse las hermanas del colegio, la institución sigue proclamando el carisma de caridad como lo recibieron de las hermanas.
¿CÓMO ASUMIERON LAS HERMANAS ESTA MISIÓN EN LAS DISTINTAS REALIDADES DE LA PROVINCIA ARGENTINA?
Sin duda que no es lo mismo un hospital en Buenos Aires que un servicio sanitario en Barrio San Damián de Morris o en Junín o un puesto sanitario en San Marcos, Perú o …
Ni qué hablar del servicio educativo, donde a las necesidades de las gentes del lugar, se suman las leyes propias de provincias y países: no hay que olvidar que de Buenos Aires salieron hermanas (argentinas e italianas) para Uruguay, Brasil, España, California, Perú… Planes educativos diversos, usos y costumbres y hasta idiomas distintos…
No menos dificultades ofrecen las obras socio pastorales, porque no es lo mismo haber llegado a Buenos Aires en 1909, a Santa Teresita o a Chimbote en la década del 70… que a Paraná en el ’97 o a Buenos Aires (Effatà) en el 2002…
Aquí se pone de manifiesto la universalidad del carisma de caridad y la gracia que el Espíritu confiere a quienes otorga dicho carisma, y entonces, las barreras y dificultades que sí existen, no son infranqueables. La capacidad de apertura, de escucha, de inserción hacen el resto.
La Regla de Vida en la Constitución nº 9 ayuda a comprender un poco esto cuando dice: “Nuestra plena disponibilidad a la misión, a imitación de Jesús, se hace posible y estable por la consagración religiosa”. Porque “con el acto de la Profesión, cada hermana se entrega al Instituto; se convierte en miembro del mismo, participa de su carisma, asume sus compromisos (…) y agradecida por el don recibido se dispone a vivirlo cada día en la misión apostólica…”
La vida es dinámica, y así lo registra la historia, esto se muestra en movimientos pendulares de expansión y repliegue, que obligan a estar atentos para que ese dinamismo histórico sea a favor de la vida. La historia de la provincia refleja esta realidad. A un crecimiento casi ininterrumpido durante cincuenta años, donde vocaciones, obras, expansiones iban en aumento, sucedió una pequeña meseta de estabilidad en torno a los años 60, para comenzar un lento declive, con altibajos, que se mantiene hasta hoy… Por momentos crisis interna de vocaciones, luego un resurgir de las mismas, conformando un nutrido grupo de novicias y aspirantes en la década del 80… Nuevamente se suceden épocas de pocas vocaciones, con tímidos resurgimientos… El natural envejecimiento de las personas aumenta el número de hermanas ancianas marcando una disminución en las fuerzas activas, realmente necesarias para mantener las obras.
El siglo XX en su segunda mitad da un vuelco muy fuerte hacia la post modernidad, y se sacude el polvo de distintos oscurantismos con violencia inusitada; la revolución socio cultural se instala, sobre todo en el mundo occidental, y desinstala muchas estructuras. Los Beatles, el mayo francés del 68, el comunismo que se occidentaliza y se distancia de Moscú, el surgir de nuevas líneas de izquierda enfrentadas al capitalismo, la revolución sexual, las distintas guerrillas y subversiones, las dictaduras militares sudamericanas… y en el centro una pujante revolución técnico industrial que convierte el mundo en una aldea global, donde los medios de comunicación dan un salto gigantesco adelantando –en algunas circunstancias- el siglo XXI: hay celulares e Internet para casi todos aunque un 17% de la población de países en vías de desarrollo no tiene qué comer, o se está acabando el agua potable de que dispone el planeta.
La Iglesia no es ajena a esta situación, ni lo es la Vida Religiosa… Luego del Concilio Vaticano II, de Medellín, Puebla, Santo Domingo y ahora Aparecida, se impone una revisión de vida y servicios para ‘adecuarlos a los tiempos’ y discernir las ‘necesidades grandes y extremas’ del momento, y la forma en que la vida religiosa continuará siendo signo y presencia que pueda contribuir a la edificación del Cuerpo de Cristo.
También el Instituto y la Provincia se hacen estos planteos, y con conciencia de sus fortalezas y debilidades procuran responder a las necesidades del hombre de hoy. Con la seriedad que estas respuestas necesitan, con la confianza en la gracia pero con la conciencia de los propios límites.
Históricamente el cristianismo surgió en Asia Menor y tuvo su primera expansión en el norte de África. Hoy ninguna de esas dos realidades geográficas es mayoritariamente cristiana. Sin embargo la misión de la Iglesia se propagó igual… Esto nos retrotrae a la Historia de Salvación donde a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento se nos habla del ‘resto de Israel’, que va pasando por distintas etapas y va teniendo diversas connotaciones hasta llegar a identificarse con los ‘pobres de Yavé’ o ‘resto escatológico’.
Cuando el Instituto o la Provincia salen al encuentro de las necesidades que se les plantean en una nueva realidad, confiando en la Providencia, hecho el discernimiento, optan por responder de la mejor manera posible. No siempre se dan las condiciones para que esta acción apostólica prospere. Hay factores humanos en todos los actores que pueden facilitar o dificultar las cosas… Sin embargo el bien que se haya podido hacer, aunque haya sido breve, alcanza para justificar el intento de respuesta. La seriedad y responsabilidad de saber retirarse a tiempo, también.
Mucho se ha escrito sobre el éxito en las distintas misiones confiadas a las Hijas del Redentor. En el corazón de Dios –y en el de las hermanas- ha quedado lo vivido ‘en la dimensión de cruz que la realidad comporta’, y que sin duda fue el camino de santificación para más de una. La generosidad del empuje misionero no impide las lágrimas de un corazón que siente la ausencia, como gráficamente lo expresara en una poesía la Hna. Ana María Ruiz Posse (Rosario Elina), cuando partía para California:
“Cuando el reloj de la Divina Providencia
marque la hora por ella señalada
y te vea como un punto lejano
oh, suelo de mi patria!
Cuando luego tendiendo la mirada
ni un rastro tuyo perciba en la distancia
mi ser se deshará en copioso llanto
en un llanto sin lágrimas
y esconderá su pena y tu recuerdo
muy adentro del alma.”
Sólo Dios sabe cuánto hubo de recelo y aún de rechazo antes de que fueran aceptadas las hermanas, su obra, su mensaje… Algo reflejan los anales históricos, cuando en el libro: “L’Istituto delle Suore di Carità”, en la pág. 972 podemos leer referido a la primera obra en la Argentina, el Hogar de Niños ‘Humberto 1º’ de Villa Devoto: “Las Hermanas agobiadas por el trabajo e incomprendidas, fueron aconsejadas de retirarse.”
Otras veces serán la envidia, la calumnia y maledicencia que pondrán su nota oscura como sucedió en 1920 en el hospital de Lincoln, donde: “Las maniobras secretas de un enfermero que no podía verse sustituido por otros, desataron una borrasca que amenazó hacer peligrar la permanencia de las hermanas desde el comienzo”.
O el dolor por las compañeras que, por crisis personales o institucionales, luego de haber compartido parte, a veces una buena parte, del camino vocacional, en la inquietud propia de toda búsqueda incesante, emprendieron otro camino.
Pero, sin negar el dolor de los desprendimientos, de las partidas, de las búsquedas, de la incomprensión, de lo no comprendido y entregado al Señor en la fe y el amor sólo a Él debido, el Señor sale al encuentro de sus hijas en la acogida que generalmente recibieron las hermanas, como lo relata esta crónica de la llegada de las hermanas a Perú, para la fundación de Pomabamba en 1969: “A medida que nos acercábamos una extraña emoción nos embargaba. Era demasiado grande la tarea que el Señor nos encomendaba, en un lugar desconocido, con gente de modalidades muy diversas de las nuestras, como para no sentir un temor natural ante lo desconocido y la nueva responsabilidad.(…)
Indescriptible la muchedumbre que nos aguardaba. Las campanas de la Iglesia echadas a vuelo expresaron el regocijo de la población. Inmediatamente la banda inició una marcha brillante, mientras al descender del carro las señoras y jovencitas nos hacían entrega de ramos de flores y ramilletes primorosamente preparados. Las campesinas nos besaban las manos y expresaban con lágrimas su contento por tener Religiosas por primera vez en Pomabamba.
Abriéndonos paso entre la multitud y bajo una fina lluvia, entramos al Templo adornado con sus mejores galas. Monseñor Dante nos ubicó en el Presbiterio, embargado por la emoción del momento se dirigió a los feligreses destacando la bondad del Señor al enviar en medio de ellos a dos “madrecitas”, por primera vez, como si fuese un anticipo de las gracias navideñas”.
Estas son parte de las luces y sombras que tejen toda historia humana, y por donde pasa la historia de salvación. Lo importante es tener los ojos atentos y el corazón alerta, para que los ‘llamados de la historia’ –en las necesidades de los hombres de todos los tiempos – no pasen desapercibidos.
Son apenas las señales de lo que -del carisma de caridad- ha sido expresado en estas tierras por las hijas del Redentor en 100 años de presencia en América. Las hermanas italianas desde la primera hora, con su fidelidad a los orígenes, supieron transmitirlo con la fuerza con que había surgido en Lóvere… Pronto lo encarnaron las hijas de este suelo, y las acompañaron en su expansión. Ésta fue muy importante en extensión e intensidad, procurando hacer realidad el sueño de la Fundadora “de hacer todo lo posible, de sufrirlo todo y de dar aún la sangre por el bien de los prójimos”.
Fue necesaria la confianza en la Providencia en todo momento, el coraje misionero y el corazón abierto a toda necesidad de Madre Lorenzina, y de muchas hermanas, que desde su lugar supieron responder en la caridad a los reclamos urgentes de las personas del lugar… El sucederse de obras es grande e incesante, como lo demuestra la cronología… El campo apostólico parece inagotable…
La Provincia tuvo momentos de muchas vocaciones, en que era fácil y posible responder, desde el corazón del carisma, a las solicitudes para ir donde la obediencia y la caridad llamaban. Y así hogares, escuelas, hospitales, obras socio pastorales, seminarios, casas de ejercicios, comunidades de acogida, parroquias, misiones rurales y varios etc. vieron y ven pasar a las Hijas del Redentor, llevando el carisma de caridad a dónde haya una persona necesitada.
La misión de las Hermanas de la Virgen Niña, Hijas del Redentor, en América Latina, estuvo caracterizada por un gran valor y coraje: se cruza el océano sin saber a ciencia cierta a dónde se iba, dejando atrás también un futuro incierto en cuanto a persecución religiosa se refiere; se van alejando lentamente de la Capital –en los primeros veinte años sólo dentro de la provincia de Buenos Aires- también a destinos inciertos, pero contando siempre con el amparo maternal de Madre Lorenzina, que trató de conocer primero la realidad a dónde irían sus hijas. La nota predominante fue la confianza en la obediencia. Con cierta inconciencia propia de la época, se asumieron funciones para las que no siempre se estaba profesionalmente preparadas. Después del Concilio Vaticano II, pero especialmente después del Capítulo General Especial, se dio un vuelco muy importante, en el sentido de asumir con mucha seriedad y responsabilidad profesional los trabajos apostólicos; no basta tener voluntad de hacer las cosas, hay que estar preparadas para saber hacerlas bien. Otra nota posterior incluso al Capítulo General Especial fueron los proyectos comunitarios, y el tomar conciencia de todo el valor subsidiario de la comunidad frente a la obra que tiene encomendada. Fue un trabajo lento, que fue limando individualismos e integrando a los miembros de la comunidad, de por sí muy trabajadores, en actores de una acción conjunta, que une esfuerzos para dar plenitud a la misión comunitaria, dado que “cada comunidad está constituida en función de los servicios apostólicos propios del Instituto”. Estas características, en mayor o menor grado, se han manifestado en las obras, y en los lugares a dónde han llegado o por dónde circunstancialmente han pasado las hermanas.
Por la índole de este trabajo, sólo se menciona la acción de las hermanas de modo de expresar que para nosotras, ayer y hoy, misión es ir allá donde la caridad nos llama y la obediencia nos envía, con el coraje y la intuición de Bartolomea y con la humildad y la confianza de Vicenta, sostenidas por un fuerte amor al Señor, en quien ponemos toda nuestra esperanza, para poder servirlo en los hermanos, con el amor con que El los ama.
Hna. Marta Tejería Barceló