La obra educativa que tantas energías demandó en estos cien años de historia del Instituto en América Latina ha sido la más extendida. Educación formal y no formal, escuelas de distintos niveles, y academias barriales o parroquiales, institutos de lenguas o música y oratorios festivos, donde el canto, el juego, la danza y las manualidades son, a la par que un entretenimiento, un momento de aprendizaje y de resaltar aptitudes… Esta tarea sufrió las inevitables y necesarias evoluciones que los tiempos fueron requiriendo: adecuaciones de programas a las exigencias estatales y por ende la capacitación profesional acorde. También las demandas de la sociedad marcan pautas que ayudan al discernimiento. En la tarea educativa tradicional también hubo lugar para los colegios con internas e internos (pupilajes), con la forma característica de la época, para poder ofrecer la oportunidad de estudiar a niños y adolescentes –generalmente de campaña- que tenían pocas posibilidades de frecuentar los centros de estudio de las ciudades o poblaciones mayores. Al mejorar los medios de comunicación y cambiar las exigencias de la sociedad, este tipo de servicio ya no fue tan necesario. Paulatinamente se fue dejando.
En algunos casos la escuela tradicional fue dando paso a otras formas de atención a las necesidades del lugar, más acordes con la demanda y las posibilidades reales de atención. El surgimiento de nuevas pobrezas –niños de la calle- aguza el ingenio para que el carisma de caridad pueda responder a estas necesidades grandes y extremas. En algunas partes las motivaciones iniciales fueron desapareciendo, cuando la ‘escuela de las hermanas’ dejó de ser la única opción y el único modo de alfabetización, y ya otras escuelas públicas y privadas ofrecían iguales o parecidos servicios. Luego la disminución de hermanas, y dentro de ésta la disminución de hermanas con vocación para la docencia hicieron el resto… Las comunidades se tuvieron que ir retirando o reestructurando los servicios de algunos colegios; se suprimieron o achicaron divisiones, se cambió de orientación, se dejó algún nivel, generalmente el secundario, optando por la enseñanza obligatoria.
La mayoría de los colegios de los que nos retiramos, sigue trabajando –administrados por laicos- con la misma impronta que le dieron las hermanas. Alguno pasó a otra congregación religiosa, y pocos se cerraron.