En los hospitales es conocida la abnegación y profesionalidad de las hermanas. La gente las busca para que estén cerca de sus seres queridos enfermos; las autoridades sanitarias las buscan para garantizar la seriedad en la administración. Ellas atienden toda tarea pastoral que se les presenta: dentro del hospital con el enfermo y su entorno familiar, con el personal, y también en capillas y barrios de los alrededores, a los que dedican el tiempo de su merecido descanso.
Avanzando el siglo XX, con el mayor acceso a la cultura, nuevas camadas de profesionales van cubriendo todos los puestos. Las hermanas, también aquí reducidas en número, van dejando sus lugares para ocuparse de una tarea más pastoral, de ‘ser presencia’.
El mundo hospitalario no es ajeno a las inquietudes, revoluciones y conquistas sociales. En esta post modernidad todos hablan de Bioética, pero no siempre es fácil la coherencia entre la bioética cristiana y los acuciantes problemas del mundo de hoy: aborto, eutanasia, transexualidad… No en todas las instituciones se está atento a que estas cuestiones pasen por el sagrado lugar del respeto a la persona y a su dignidad como hijo de Dios. En algunos momentos las hermanas tuvieron que vérselas con estas dicotomías y, con el debido respeto, oponer objeciones de conciencia.
Como en los otros tipos de obras, las crisis personales e institucionales del último cuarto del siglo XX, redujeron notablemente el número de hermanas con vocación para la atención a la salud, por eso las comunidades se tuvieron que ir retirando de los distintos puestos sanitarios.